lunes, 3 de diciembre de 2012

Holy Motors: pornografía de autor


Leos Carax llevaba trece años sin rodar una película y este año se ha sacado de la manga una bofetada al cine tradicional que cumple perfectamente su cometido. Es cuestión de gustos que su retrato implacable del mundo contemporáneo se considere una obra maestra o una tomadura de pelo. Este concepto de película-límite es llamativo, fresco, estimulante y desconcertante, pero su extremismo puede ser peligroso. Holy Motors es una sucesión de historias dementes y, si estamos preparados para aceptar una ruptura de las convenciones narrativas, Carax da en el clavo a la hora de jugar con el tiempo y el espacio y con ocultar y sugerir.

Las limusinas se llevan. Robert Pattinson ya pasaba la mayor parte de Cosmopolis (Cronenberg, 2012) en una, pero no podrían ser más diferentes a pesar de compartir hermetismo. El hermetismo de Cronenberg reside en la lectura detallada y errónea de la novela de DeLillo sin ampliar horizontes en el terreno audiovisual; podría haberse plasmado como un monólogo de una obra de teatro para intelectuales petulantes con el mismo resultado. El apocalipsis particular de Denis Lavant en Holy Motors es uno muy distinto: se encarga de crear situaciones límite adoptando diferentes identidades. Hasta once en dos horas de metraje. Dos largas horas de metraje. Dos. Horas.

Comprendo los guiños a ciertas ramas de la industria cinematográfica (tecnología, sobredosis de efectos especiales, espectadores pasivos), la idea descabellada y genial de anteponer la fascinación bizarra a lo racional o comprensible y el intento de romper los moldes con una cinta surrealista y singular. Y no me gusta. No me gusta porque tantas buenas ideas metidas en un cajón de sastre resultan excesivas y cargantes. Holy Motors no engaña al espectador con respecto a su naturaleza, pero coloca una serie de representaciones ordenadas de una forma tan caótica y hermética que consigue mantenerme interesada en su relato buscando un por qué que nunca llega. Como ejemplo de decadencia, de esperpento, de ruptura y situaciones retorcidas, es una cinta ejemplar. Como producto audiovisual, peca de algo muy típico: Carax quiere narrar la psicología de once personajes diferentes en 120 minutos dilatados donde todo vale y se excede en ese desprecio al relato cinematográfico de estructura clásica. Hubiera sido una película redonda si el francés no hubiera elevado su reinado experimental a un extremo divino. "Pertenezco a otra liga que no todo el mundo comprende". Menos es más y la coherencia no resta transgresión.

A pesar de todo esto, Holy Motors posee dos características muy difíciles de conseguir. Por un lado, admiro lo que ha conseguido Carax sacando al espectador de su zona de confort y obligándole a formar parte del texto audiovisual, para bien o para mal. Por otro lado, poder comprobar que no todo está inventado. Como espectadora, no comparto los instrumentos a través de los que Carax ha llegado a Holy Motors; como cinéfila, defiendo fervientemente su idea base y los cojones de un tipo que se cree tocado por la gracia divina. Hay que tenerlos bien puestos para, entre tanto blockbuster pirotécnico, saber provocar algo en el espectador. El cachorro de Godard tiene un talento innegable.

2 comentarios:

  1. Pelicula que me haz vendido, a por ella de cabeza.

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  2. Si Carax a veces ha acertado o se ha acercado al blanco, no es desde luego con 'Holy Motors'. ¡¡¡Vaya pedazo de caca pretenciosa!!! Un saludo

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