domingo, 29 de diciembre de 2013

I survived 2013


He sobrevivido al año 2013, pero no lo he entendido. No he comprendido lo que pasaba a mi alrededor ni uno solo de los 363 días de este año impar de promesas y tiene pinta de que, de aquí al martes, tampoco voy a probar la inexistencia de Dios. Es que lo que está pasando es de coña, ¿no? Quién te iba a decir a ti, cándida flor eligiendo licenciatura con acné y una sonrisa en la boca, que cinco años después las cosas estarían así. Qué casualidad que la crisis mostrara sus primeros síntomas cuando nosotros empezábamos a desencantamos de la vida curricular. Si lo sé no me licencio; seguro que ha sido culpa mía.

La tarde del 31 de diciembre, cuando esté poniéndome mona para la última cena copiosa, pensaré que hay mucho que gritar: no solo se me han roto mis medias favoritas, sino que se acaba uno de los años más vergonzosos de la historia de nuestro país, y ya no podemos cambiar nada. Nadie arresta a 2013 y le hace cantar una lista infinita de nombres de hijos de la gran puta que hacen de este país el hazmerreír del mundo entero. 

Me gustaría que en 2014 aquellos que velan por su ombligo los intereses de la sociedad no inyectaran su ponzoña en los ciudadanos; llamadme exquisita. Querría ver cómo alguno de mis allegados -personas jóvenes, inteligentes, preparadas, trabajadoras y en paro- encuentran un trabajo que recompense sus méritos y años de estudios sin obligarles a huir del país con una mano delante y otra detrás; llamadme especial. Me encantaría no pisar la calle y sentir calar en mis huesos la apatía, la frustración y el aura gris de cada persona que se sienta a mi lado en el tren; llamadme tiquismiquis. Y que a lo mejor tenemos lo que nos merecemos, leo a veces por ahí. A lo mejor los que tienen todo eso que nos merecemos nosotros son nuestros políticos y sus coches oficiales cuyo número se desconoce. Y los cabrones se tomarán sus uvas, ¡se creen humanos!


Esta noche he tenido una visión sobre el nuevo año. Se me ha aparecido el fantasma de las democracias pasadas y me ha dicho que tampoco es que ellos fueran la hostia, pero que lo importante con estos peleles de cerebro reblandecido y sangre de azufre que deciden por nosotros es aguantar el tipo, plancharse la camisa y sacar una antorcha a la calle, porque ya no podemos agarrarnos a la ética. Si vamos a recordar esta época como una de las de mayor oprobio cultural, habrá que empezar a hacerlo bien.

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